







Hay una decisión que llevas meses, quizás años, posponiendo.
Y lo sabes. No necesitas pensarlo mucho para identificarla.
Es esa que te roba el sueño por las noches.
La que te susurra cada vez que miras tus números o sientes esa punzada en el estómago diciendo:
“Esto no puede seguir así.”
Esa decisión que sabes que marcaría un antes y un después en tu vida o tu negocio.
Pero ahí sigues, coleccionando excusas elegantes:
“No es el momento.”
“Necesito más datos.”
“A ver si el mercado mejora.”
“¿Y si me la pego y lo pierdo todo?”
Hoy vamos a dejar las excusas fuera.
Porque no decidir ya es una decisión.
Y probablemente sea la peor de todas.
Cada vez que eliges no moverte, estás decidiendo mantenerte igual.
Y eso tiene un precio: tu crecimiento, tu energía, tu confianza… y tu libertad.
Esa vocecita que te dice “mañana”, “más adelante”, “aún no”,
es el canto de sirena de la mediocridad.
Suena seguro, suena razonable, pero te arrastra directo a las rocas del estancamiento.
Te engañas pensando que estás “en pausa estratégica”.
Pero la verdad es que la pausa no existe:
o avanzas, o retrocedes.
El mercado no espera. Tu competencia no espera.
Tu potencial, tampoco.
Cada persona vive su parálisis de una forma distinta,
pero el mecanismo de fondo es el mismo: miedo y autoengaño.
Sabes que tu trabajo vale más,
pero el miedo a perder clientes te mantiene barato, frustrado y agotado.
Esa persona drena la energía del equipo,
pero la incomodidad de tener “la conversación difícil” te paraliza.
Te duele soltarlo porque fue “tu idea”,
pero ya sabes que es un agujero negro de tiempo y dinero.
Sigues abriendo mil frentes,
convencido de que “diversificar” te protege,
cuando en realidad te está partiendo por dentro.
Crees que no decidir te protege del riesgo.
Pero en realidad estás eligiendo el riesgo más alto:
el de quedarte igual.
Cada día que pasa sin actuar, estás votando a favor de tu situación actual.
Y eso, aunque no lo digas, es una decisión activa.
Una elección disfrazada de prudencia.
No decidir hoy es elegir conscientemente seguir donde estás:
frustrado, limitado y sabiendo que podrías ser mucho más.
No decidir no solo te cuesta dinero. Te cuesta vida.
Cada mañana te levantas sabiendo lo que tienes que hacer y no lo haces.
Esa incoherencia es un lastre emocional brutal.
Es correr con una mochila llena de piedras.
Esa decisión pendiente ocupa espacio mental,
te roba creatividad y te agota sin darte cuenta.
Cada vez que pospones algo importante, le mandas un mensaje a tu mente:
“No soy capaz.”
Repite eso las suficientes veces y te lo creerás.
Pasarás de ser un creador valiente a un gerente paralizado por el miedo a equivocarse.
Cada decisión incómoda que evitas
es una versión mejor de ti que decides no conocer.
Al otro lado del miedo está tu próxima versión.
Pero si no cruzas, te quedas estancado siendo el mismo.
Este es el núcleo del problema.
No te da miedo fallar.
Te da miedo tener que asumir lo que venga después.
Porque mientras no decides, siempre tienes una excusa:
“No se dieron las circunstancias.”
“El mercado está difícil.”
“No era el momento.”
Pero cuando decides, ya no puedes esconderte.
El resultado —bueno o malo— es 100% tuyo.
Y eso pesa.
Pero también te hace libre.
El crecimiento real empieza cuando te atreves a ser el único responsable de lo que pasa en tu vida.
No necesitas más información.
Solo claridad y cojones para actuar.
Nada de “tengo que hacer algo con los precios”.
Escribe los dos caminos reales:
- Camino A: no hago nada.
- Camino B: subo precios un 20% a partir del 1 de diciembre y renegocio con los tres clientes antiguos antes de fin de año.
Así de claro. Blanco o negro.
Imagina seis meses viviendo el Camino A: sigues igual.
Siente la frustración, el ahogo, el arrepentimiento.
Ahora imagina el Camino B: tomaste la decisión.
Quizá dolió, pero avanzaste.
Tienes aire, claridad, orgullo.
¿Ves la diferencia en el alma? Ahí está tu respuesta.
Haz tu lista de pros y contras,
pero valora el peso emocional de cada punto.
No es cuántos pros tienes, sino cuáles te acercan más
a la persona que quieres ser.
Una vez decidido, comprométete al 100%.
Elimina la opción de retroceder.
Haz que sea más difícil volver atrás que seguir adelante.
El progreso se construye actuando, no esperando.
“La razón por la que crees que no eres capaz… es la razón por la que tienes que hacerlo.
Justo por eso.”
Si te da miedo liderar, justo por eso debes hacerlo.
Si te da miedo cobrar más, justo por eso debes subir tus precios.
Si te da miedo soltar algo, justo por eso debes soltarlo.
Tu miedo no es una barrera, es una brújula.
El obstáculo no te bloquea: te señala el camino.
No pienses más.
Hazlo ahora.
Levántate. Respira hondo.
Y di en voz alta:
“Voy a tomar esta decisión.”
Siente el poder que hay en decirlo.
Esa decisión que llevas posponiendo no es tu enemiga.
Es tu puerta de salida. Tu siguiente nivel. Tu llave.
Ya has esperado bastante.
Ahora ve y toma tu puta decisión.
Decidir no es el final del proceso.
Es el principio de una nueva identidad:
la del líder que elige, actúa y asume.
Y si quieres entrenar esa mentalidad todos los días,
esa claridad, ese poder personal y esa acción constante…
Dentro de Justo Por Eso – El Método es donde lo hacemos.
Donde tomas las decisiones que cambian tu vida,
y las conviertes en hábitos, en dirección, en poder real.
Porque decidir una vez te libera.
Pero decidir cada día te transforma.

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Tampoco puedo prometer resultados y advertimos que nuestros resultados o nuestros testimonios no son resultados típicos y no significa que quien contrate nuestros productos o servicios puedan conseguir resultados similares. Es posible que no se consiga ningún resultado, especialmente si no se pone en práctica lo aprendido.
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